Tehuacán: Destino a la Divina (En Español)
By Joe Contreras, Especial para Circle of Blue
Conforme a los estándares del México rural, Francisca Rosas Valencia no tiene el aspecto de los líderes de la comunidad. La mujer de 46 años, madre de nueve hijos, ha pasado toda su ida en San Marcos Tlacoyalco, un pueblo polvoriento de 10,000 habitantes localizado en el corazón del valle de Tehuacán al sureste de la ciudad de México, y tomar decisiones no forma parte de las funciones que suelen asignarse a las mujeres dentro de su etnia indígena popoloca.
La demanda de suministro finito de agua de México se incrementará de manera uniforme en el futuro previsible. Los demógrafos predicen que la población del país sobrepasará los 120 millones para el año 2025; sin embargo, en el año 2001 el secretario del medio ambiente del país informó que 12 millones de mexicanos no tenían acceso a agua potable segura. Al igual que en muchas otras naciones, los abastecimientos existentes de agua de México están distribuidos de manera desigual. El tercio norte del país es una zona árida que alberga apenas el nueve porciento del volumen total de agua de río de México, en tanto los estados del sur que comprenden cerca del 20 porciento del territorio nacional ostentan los mejores acuíferos, tienen prácticamente la mitad del suministro de agua de río y reciben la mayoría de la lluvia de todo el país.
La tradicional advertencia que se hace a los extranjeros recién llegados a México de no beber agua no es una frase gastada. Sólo dos porciento del agua superficial del país se considera de alta calidad, y un estudio de las Naciones Unidas que evaluó la calidad de agua en 122 países colocó a México cerca del final de la lista en el número 106, detrás de países como Guatemala, Egipto y China. El agua contaminada constituye la segunda causa de mortalidad infantil a nivel nacional, y el agua de desecho no tratada proveniente de los hogares y las industrias es la principal causante.
El agua contaminada es una sombría verdad de la vida tanto para los habitantes de la ciudad como para aquellos que viven en las zonas rurales. En 1996 la Comisión Nacional del Agua, organismo estatal, informó de altas concentraciones de sustancias químicas tóxicas en pozos utilizados por la ciudad industrial de León para obtener agua potable. Se calcula que unos 150,000 habitantes de la ciudad de México beben agua con concentraciones peligrosamente altas de arsénico. Los riesgos de salud pública relacionados con el suministro de agua contaminada no se limitan a una sola región del país: las llamadas “aguas negras” se han utilizado para cultivar verduras cerca de San Cristóbal de las Casas, ciudad al sur del país, así como alfalfa y otros forrajes en el estado de Querétaro, en el centro de México.
El sector de la agroindustria del país es una fuente importante de contaminación de agua. Cerca de 6,000 habitantes de la capital mexicana consumen agua que contiene cantidades nocivas de pesticida. De acuerdo con la Comisión Nacional del Agua, el agua residual de 61 ingenios azucareros generó una demanda de 6.2 toneladas de oxígeno bioquímico en 2000, una medida confiable de la cantidad de materia fecal y orgánica de otro tipo que hay en el agua. Las granjas de cerdos en particular generan inmensas cantidades de excremento que contamina los abastecimientos rurales de agua. Los riesgos que entraña el agua contaminada en el campo amenazan la flora y la fauna, así como a los seres humanos: más de 8,000 aves migratorias murieron cerca del pueblo de Tequisquiapan después de beber de los estanques y arroyos.
El deterioro de la infraestructura está agravando la escasez de agua potable del país. La cantidad de agua que se pierde diariamente por tuberías rotas en la ciudad de México es lo suficientemente grande como para abastecer una metrópoli del tamaño de Roma. El rápido ritmo de urbanización en todo el país plantea un riesgo todavía mayor al suministro de agua de la nación. Más de 20 millones de personas viven en la capital mexicana y su zona conurbada, y el costo prohibitivamente alto de construir nuevas plantas de tratamiento de agua ha llevado a los funcionarios del gobierno capitalino a conseguir un porcentaje cada vez más alto del agua para la capital de las zonas rurales que hay en los alrededores.
Gobiernos federales sucesivos han reconocido los apremiantes problemas que están en juego con el agua. México fue el primer país de occidente en crear una secretaría al nivel del gabinete encargada de administrar el suministro de agua cuando estableció la Secretaría de Recursos Hidráulicos en 1947. El presidente Vicente Fox identificó al agua como un problema de seguridad nacional para México y respaldó reformas que fueron incorporadas en una importante enmienda a la Ley Nacional de Agua en 2004. Dichas reformas fueron concebidas con el fin de atraer inversión privada para infraestructura nueva y para la ya existente y promover la privatización de los sistemas de agua potable en las principales ciudades.
En ocasiones, los funcionarios mexicanos han abordado las emergencias de salud relacionadas con el agua con resultados impresionantes. Un brote de cólera en 1995 motivó encabezados en los periódicos y propició una respuesta concertada de las autoridades de salud del gobierno: de un máximo de 16,430 casos y 142 muertes registradas ese año, la incidencia de la enfermedad se redujo drásticamente durante los siguientes cinco años hasta que México se deshizo por completo del cólera para el año 2002. El país también ha registrado avances impresionantes en años recientes en lo que se refiere a la expansión del sistema de agua potable y el mejoramiento de la calidad del agua suministrada a millones de sus ciudadanos.
Sin embargo, son más las veces en que los líderes electos de México han carecido de la voluntad política para hacer cumplir las leyes actuales creadas para proteger el ambiente. El organismo público encargado de asegurar el cumplimiento de dichas leyes castiga a cientos de empresas con multas cada mes por diversas infracciones. Pero son pocas las empresas que le prestan atención al ineficaz organismo: durante los primeros seis meses de 2003, sólo 737 de las casi 5,000 empresas que fueron citadas por violaciones ambientales pagaron sus multas.
La magnitud de la tarea es abrumadora y exigirá un desembolso cuantioso de dinero y de recursos por parte del gobierno mexicano. En 2001 la Comisión Nacional del Agua solicitó $77 mil millones de fondos del gobierno federal durante las siguientes dos décadas para construir nuevas plantas de tratamiento e incrementar el abastecimiento de agua adecuada para el consumo humano y el riego agrícola. De otro modo, advierten algunos expertos, la disponibilidad de agua para los mexicanos para el año 2025 podría caer a niveles considerados como peligrosamente bajos por el Banco Mundial.
La crisis nacional del agua que enfrenta México adquiere un matiz especial en el contexto del valle de Tehuacán. En los tiempos modernos, a la ciudad de 250,000 habitantes que lleva su nombre se le conoce mejor por el agua mineral extraída de manantiales de la localidad. A la fecha, cuando un comensal mexicano quiere ordenar una botella de agua mineral efervescente con sus alimentos, le pedirá al mesero “un Tehuacán”. Pero el valle de 2,000 kilómetros cuadrados que ocupa un rincón del sureste del estado de Puebla y una punta norte del estado de Oaxaca también tiene un lugar especial en la historia precolombina de México. Marca el sitio en el que pueblos indígenas domesticaron al maíz y lo convirtieron en un cultivo agrícola por primera vez en la historia de la humanidad, entre los años 5000 y 3400 a. de C. Estos campesinos pioneros también aprendieron a cultivar frijoles, chiles, amaranto y zapotes, pero el valle conserva su fama de ser la cuna mundial del maíz.
De igual importancia es el hecho de que el valle de Tehuacán también fue testigo de otro revolucionario avance de la historia agrícola de México. En el año 750 a. de C., fue construida la primera presa de la región que comprende a México y Centroamérica en un lugar cercano al pueblo actual de Coxcatlán, por algunos de los ancestros popoloca de Francisca Rosas. Se calcula que la presa de tierra tenía 18 metros de alto, 400 metros de largo y 100 metros de ancho, y le permitió a esos primeros campesinos contener y almacenar el agua de lluvia para luego regar sus cultivos. Ese adelanto trascendental constituyó una aportación crucial a lo que los eruditos Scott Whiteford y Roberto Melvilla llamaron “el rico tesoro del conocimiento indígena sobre el ambiente, la comida, las plantas y las técnicas de manejo del agua.” De ahí en adelante, los campesinos del lugar pudieron ahorrar el agua de lluvia para usarla durante la estación de sequía y dar de beber a sus animales, regar sus tierras y saciar su propia sed.
Pero casi tres milenios después, los descendientes de aquellas emprendedoras comunidades indígenas tienen sitiado su modo de vida tradicional. Cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari abrazó la globalización y se unió al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, el gobierno mexicano emprendió el desmantelamiento del elaborado sistema de subsidios agrícolas que se habían establecido en los 60 años anteriores para proteger a los campesinos del país en contra de la competencia extranjera. Entre los programas destinados a reducirse o eliminarse estaban los subsidios para el agua de riegoÑy a medida que el control de los recursos hidráulicos se descentralizaba progresivamente, los campesinos de México tuvieron que valerse por sí solos.
La reducción gradual de las barreras arancelarias que abaratan las importaciones de alimentos provenientes de Estados Unidos conforme al TLCAN ha devastado al sector agrícola del país, en donde casi una quinta parte de la fuerza laboral de la nación estaba empleada en el momento en que el tratado comercial entró en vigor. Entre 1994 y 2003, alrededor de 1.3 millones de empleos en la agricultura mexicana fueron eliminados, según un informe preparado por el Carnegie Endowment for International Peace, con sede en Washington. El deterioro a partir del TLCAN ha sido especialmente severo para los campesinos dedicados al maíz, cuyos cultivos ocupan alrededor del 60 porciento de la tierra cultivable del país. Durante los tres años previos a los albores de la era del TLCAN, México estaba importando cerca de un millón de toneladas de maíz anualmente. Para 2001, esa cifra se había incrementado a más de seis millones de toneladas, al tiempo que los productores de harina de maíz mexicanos preferían cada vez más comprar sus abastecimientos de maíz a Iowa en vez de hacerlo a las fuentes locales.
El impacto directo del TLCAN en los campesinos del valle de Tehuacán se suavizó de algún modo por el hecho de que casi nunca cultivan suficiente maíz como para venderlo y obtener una fuente de ingresos. En un buen año, los campesinos de Santa Ana Teloxtoc sólo producen el maíz necesario para satisfacer sus propias necesidades alimenticias durante seis meses, y algunos de ellos de hecho esperan ansiosamente el día en que un diluvio de importaciones de maíz estadounidense pudiera reducir el precio del maíz que tienen que comprar para completar sus propias cosechas. Pero los estragos provocados por el TLCAN en el campo mexicano en general han tendido un manto sobre las perspectivas económicas de los pequeños campesinos del país y sus familias. Para un joven mexicano como Gregorio Juárez Gordillo, es más fácil encontrar trabajo en el campo de Virginia, donde alguna vez cosechó tomates durante un año, que en su pueblo natal de San José Buenavista. Sentado a horcajadas sobre su bicicleta una calurosa tarde entre semana, Juárez, de 32 años, dijo que también se había aventurado por el estado de Chiapas, al sur de México, y Ciudad Juárez en la frontera mexicana al otro lado de El Paso en busca de empleo. Pronto abandonaría el valle que dio origen a la agricultura mexicana para reunirse con un hermano mayor que ya vivía en la ciudad de México. “Es duro para mis padres cuando no estoy con ellos, pero no tenemos pozos para regar los cultivos”, afirma encogiendo los hombros. “Hay muy poco trabajo aquí, y el que hay se paga muy mal.”
El panorama desde el caserío en la cima de la colina de Paredones es especialmente sombrío. La mayoría de sus 70 habitantes están relacionados entre sí de un modo o de otro, y la única fuente de agua de la comunidad es una diminuta reserva al pie de una ladera escarpada cubierta de cactos donde el agua subterránea se acumula durante todo el año. Los habitantes tienen que caminar con dificultades hasta la reserva cada mañana y llenar un par de recipientes de plástico con capacidad de 20 litros que son acarreados en mula hasta el pueblo. No queda agua para regar los maizales de Paredones, y la poquísima lluvia que cayó en 2005 hizo que fuera una de las peores cosechas que se recuerde. La difícil situación de Paredones es particularmente exasperante para Eloy Hernández Llanos, de 36 años y padre de tres hijos que trabajó en un establecimiento para lavado de autos en Stamford, Connecticut durante dos años, hasta que regresó a casa en 2004. Sólo mueve la cabeza cuando recuerda cómo un recurso tan desesperadamente escaso en Paredones podía derrocharse de tal manera para lavar con manguera sedanes de lujo y vehículos deportivos. “Más que nada, me enoja que aquí haya tan poca agua y que haya tanta por allá”, dice Hernández. “Mucha gente [en Estados Unidos] desperdicia el agua, la tiran sin reciclarla para producir algo o regar algo. Aquí podría dársele mucho mejor uso.”
La situación en Paredones es casi tan mala como en el valle de Tehuacán. Otras ciudades y pueblos de la región están ideando formas innovadoras de aliviar su escasez crónica de agua. Docenas de comunidades rurales han recibido fondos y asistencia técnica de Alternativas, la ONG con sede en la localidad que ayudó a Francisca Rosas a organizar a muchos de sus vecinos para formar una cooperativa de cultivo de amaranto. Desde sus inicios en 1980, la organización ha puesto en marcha más de 1500 proyectos de recursos hidráulicos en el valle, que van desde la construcción de terrazas de piedra y presas para conservar el agua de lluvia y detener la erosión de la tierra, hasta la instalación de plantas de tratamiento de aguas residuales provenientes de los hogares.
“Los funcionarios de gobierno simplemente creen en excavar, entubar y bombear. Recuperamos técnicas antiguas pero podemos hacerlo con ingeniería y materiales modernos.”
Alternativas ha puesto especial énfasis en utilizar prácticas, tecnología y conocimientos agrícolas que anteceden a la era moderna para manejar mejor los limitados recursos hidráulicos de la región. “Los funcionarios de gobierno simplemente creen en excavar, entubar y bombear”, observa el director general de Alternativas Raúl Hernández Garciadiego. “Recuperamos técnicas antiguas pero podemos hacerlo con ingeniería y materiales modernos.” Bajo los auspicios de un programa llamado Water Forever, la ONG ha estimulado el uso de pozos subterráneos horizontales conocidos como galerías filtrantes que introdujeron las autoridades españolas durante la época colonial. Los pozos son túneles inclinados de modo ascendente que utilizan la gravedad para sacar el agua freática ubicada en elevaciones más altas y traerla a la superficie en un lugar más bajo del valle. Las galerías, que se cree que se originaron en Persia alrededor del año 1500 a. de C., han proliferado en el valle de Tehuacán en décadas recientes y en la actualidad suman alrededor de 500. “Cuando nuestros abuelos murieron, esta galería quedó abandonada durante casi 30 años”, explica Pedro Hernández Martínez, un campesino anciano del pueblo de San Pedro Tetitlán, palabra indígena que significa “lugar donde abundan las piedras”. “Hubo muchas lluvias hace unos cuatro o cinco años y la comunidad se reunió para ver cómo necesitaban limpiar la galería de modo que volviera a funcionar. Esta agua significa la vida para nuestro pueblo, y por esta razón estamos trabajando para mantenerla.” Los ingenieros hidrólogos también exhortan a las comunidades de campesinos para que se aseguren de dar un mantenimiento apropiado a los jagŸeyes, estanques utilizados para dar de beber al ganado y que a menudo ocupa una ubicación central en los poblados del valle.
Alternativas también promueve la comercialización de botanas, dulces y galletas hechos de amaranto, el pequeño grano con abundante contenido de proteína que se cultivaba en el valle mucho antes de la llegada de los conquistadores. Las autoridades españolas prohibieron el cultivo de amaranto porque lo mezclaban con la sangre de las víctimas humanas y animales durante los rituales de sacrificio indígenas. Cualquiera que fuera descubierto contraviniendo la prohibición se arriesgaba a que se le amputara la mano derecha. Sin embargo, a pesar de estos antecedentes tan espantosos, el amaranto ha sido aceptado por cientos de familias campesinas que han obtenido beneficios financieros de la venta de productos de amaranto con la marca Quali.
Los habitantes de la sierra conocida como la Mixteca Alta están experimentando con nuevos usos del agua para mejorar su calidad de vida. El agua utilizada por Victoria Salas Ortiz para lavar la ropa de su familia se recicla para regar un jardín de flores en el frente de su choza con techo de paja. Al igual que Francisca Rosas, Victoria es una mujer popoloca que lleva sujeto su cabello negro, ya con algunas canas, en una cola de caballo trenzada y que ha sufrido demasiadas adversidades. El padre de los 11 hijos de Victoria murió de cáncer a la edad de 53 años y uno de sus hijos murió en plena adolescencia atropellado por un vehículo cuando se dirigía en bicicleta a la escuela. Salas heredó de su madre el gusto por las flores, y las azucenas blancas y los botones color rosa de sus árboles regina sirven para iluminar la que de otro modo sería una pesada existencia como tejedora de sombreros en el poblado de Estanzuela. “Cuando visitaba la ciudad de San Pedro Atzumba veía los jardines de las mujeres que vivían ahí y me decía, Ôoh, cómo me gustaría tener mi propio jardínÕ”, recuerda Salas. “En años pasados nunca teníamos suficiente agua, pero ahora, gracias a Dios, el agua nos llega a la casa entubada cada ocho días y nos dura cinco.”
Los campesinos del pueblo de Santa Ana Teloxtoc están comprobando por sí mismos los beneficios tangibles que el riego por goteo puede llevar a sus cosechas. Una pequeña parcela de tierra que mide 25 por 25 metros en medio de la ciudad ha sido acondicionada con mangueras de caucho que humedecen hileras cuidadosamente dispuestas de plantas durante periodos de 30 minutos dos o tres veces a la semana. A la parcela de demostración se le sembró maíz, frijoles, guisantes, melón, trigo y calabaza en diciembre del año pasado, y muchos de los 3000 habitantes de Santa Ana se han quedado con una impresión favorable de lo bien que están respondiendo los cultivos a la tecnología de riego por goteo.” Un joven con una pequeña huerta de tomates está utilizando este sistema”, indicó Valentín Carrillo Hernández, uno de los ancianos de la ciudad de unos 75 años de edad. “Ya está empezando a ver resultados.”
A pesar de todas las obras eficaces que se están llevando a cabo con la supervisión de Alternativas en el valle de Tehuacán y sus alrededores, hay la molesta sensación de que se está perdiendo la batalla que se está librando. El éxodo de sus habitantes no muestra señales de reducirse en un plazo cercano: más de 100 residentes de Santa Ana decidieron irse en años recientes, y tres sobrinos de Valentín Carrillo han iniciado una nueva vida en Nueva York. “Hemos creado bases más sólidas de subsistencia para la gente que prefirió quedarse”, dice el director de Alternativas, Raúl Hernández Garciadiego. “Pero no hemos detenido la inmigración.” Considera la falta de agua de la región como “el problema central” en torno al cual giran todas las deficiencias de la economía local.
Se acepta de manera generalizada que los patrones de lluvia en la región han descendido durante un tiempo. Las precipitaciones no han favorecido a la región desde 2003, y abundan las teorías entre los campesinos locales de las causas de este fenómeno. El hijo de Valentín Carrillo, Edilberto, me preguntó con un rostro serio si había yo escuchado los rumores de que el acaudalado propietario de una granja muy grande de pollos en las cercanías de Santa Ana había alquilado aviones fumigadores para rociar las nubes con un gas que inhibe la lluvia.
Un campesino entrecano del pueblo de Atecoxco, de nombre Rosalino Carrasco Luna, ofreció voluntariamente la explicación más extravagante de todas. A lo largo de sus 75 años, Carrasco dijo que había creado una técnica para presagiar el agua y que consistía en usar una piedra atada con una soga que él colgaba sobre la superficie de su terreno para cultivo. Si la piedra se mueve en cualquier momento, explicó, era seguro que había agua por debajo del lugar donde él estaba parado. Le atribuía la escasez de lluvias de los años recientes a la ubicación de ciertos planetas en el sistema solar. “Tiene que ver con las estrellas y Júpiter y Venus”, dijo con convicción el campesino casi calvo. “Cuando uno de esos planetas está frente al sol y el otro está detrás, el espacio exterior se calienta y la lluvia cae sólo en la planicie costera.”
Cualquiera que sea la verdadera causa de la desaparición de las lluvias, la tendencia meteorológica plantea una grave amenaza para el futuro suministro de agua del valle de Tehuacán. La parte norte del valle depende del acuífero de Tecamachalco para obtener el agua subterránea, y en 2004 el volumen de agua registró un descenso neto de 93 millones de metros cúbicos debido a que el ritmo de extracción superó el ritmo al que el acuífero volvió a llenarse con las lluvias. La proliferación de pozos profundos en la región ha colocado una pesada carga al acuífero, y una gran cantidad de estos pozos atienden las importantes actividades de la agroindustria a expensas de los pequeños campesinos.
La incertidumbre sobre el suministro futuro de agua potable no se limita a los campesinos indígenas en pequeña escala del valle. También es un motivo de preocupación cada vez mayor para los habitantes de la ciudad de Tehuacán. La segunda ciudad más grande del estado central de Puebla ha visto casi duplicarse su población en los últimos 15 años, y al igual que con muchas otras ciudades de México y otros países de Latinoamérica, la mancha urbana se ha extendido sin una planeación de zonas apropiada ni el mejoramiento de infraestructura que vaya a la par del rápido crecimiento de la población. Un artículo reciente del periódico local El Mundo señaló que los funcionarios municipales necesitaban proporcionar unos 17.2 millones más de litros de agua por día para satisfacer las necesidades cada vez más grandes de sus habitantes. El director de servicios hidráulicos y de drenaje de la ciudad dijo que se excavaría un nuevo pozo en las próximas semanas para compensar el actual déficit en el suministro de agua, una solución insuficiente que demandará todavía más del acuífero de la región, ya en disminución. Hubo una vez en el pasado no tan lejano de la ciudad en que el agua del subsuelo podía encontrarse a una profundidad de 15 metros. No obstante, para el año 2002, los pozos tenían que perforarse por lo menos hasta 200 metros.
A principios de los noventa, la ciudad de Tehuacán adquirió la dudosa distinción de estar entre los 10 centros metropolitanos más contaminados del país. Algunos tehuacaneros caminan por las calles del bullicioso centro de la ciudad con cubrebocas azules para resguardarse del polvo y la materia fecal que flota en el aire. Y en años recientes, las calamidades ambientales se han combinado con la contaminación proveniente de las lavanderías industriales que deslavan pantalones de mezclilla para las plantas de confección de prendas de vestir conocidas como maquiladoras.
Con el apoyo firme del gobierno mexicano, las empresas estadounidenses empezaron a establecer maquiladoras en el lado mexicano de la frontera en la década de los sesenta para fabricar ropa, productos electrónicos, autopartes y otros bienes manufacturados creados con materias primas y componentes que habían sido importados de Estados Unidos. Los incentivos eran muy evidentes: aprovechar los bajos sueldos, los generosos incentivos fiscales y las débiles regulaciones laborales y ambientales que prevalecen en México para fabricar productos terminados a una fracción del costo que tendría en una planta industrial al norte de la frontera. Estimuladas por la firma del TLCAN, nuevas maquiladoras dedicadas a la producción de pantalones de mezclilla empezaron a abrir sus puertas en Tehuacán a mediados de los noventa. En poco tiempo muchas de las más conocidas empresas de pantalones de mezclilla, como Guess, LeviÕs y Gap, estaban fabricando enormes cantidades de pantalones en plantas ubicadas en Tehuacán, y el floreciente sector de la maquiladora de la ciudad creó miles de nuevos empleos para la región.
El surgimiento de las maquiladoras fabricantes de pantalones de mezclilla ha deteriorado de un modo significativo el medio ambiente que las rodea. Los tintes utilizados en el proceso de fabricación contienen importantes cantidades de sustancias químicas tóxicas, y la popularidad de la apariencia “deslavada” exige la aplicación de enzimas en las lavanderías para darle a los pantalones una apariencia decolorada y una textura más suave. En el proceso, dice la organización Maquila Solidarity Network, con sede en Toronto, los mal pagados obreros mexicanos de las maquiladoras se exponen a una variedad de sustancias dañinas que van desde soda cáustica y cloro hasta peróxido y ácido oxálico. Y eso no es todo. “Las sustancias químicas utilizadas en las lavanderías a menudo terminan contaminado el agua local”, acusa el grupo en su sitio de Internet. “La laxa aplicación de las leyes ambientales de México les permite a las empresas arrojar los tintes en los cuerpos de agua circundantes, contaminando el agua del subsuelo que alimenta las granjas cercanas. El profundo [color] azul de los arroyos que rodean las fábricas de Tehuacán es el peligroso resultado de dicha descarga no regulada de agua.”
Presionadas por los artículos periodísticos sobre las injustas prácticas laborales en las plantas y la contaminación ocasionada por las lavanderías, las principales empresas estadounidenses fabricantes de pantalones de mezclilla presionaron a algunos de sus proveedores mexicanos más grandes para que emprendieran acciones que ayudaran reparar el daño. La empresa Grupo Navarra instaló plantas de tratamiento de agua en sus fábricas de pantalones de mezclilla en Tehuacán hace seis años y dio a conocer esta obra en su sito de Internet. El auge de las maquiladoras en Tehuacán terminó hace seis años cuando algunas empresas decidieron trasladar sus operaciones de manufactura en el extranjero a países como China y Honduras con niveles de salario todavía más bajos que los de México. Como resultado, el número de lavanderías importantes se redujo de un máximo de 25 en 2003 a apenas ocho en la actualidad.
“Cuesta 15,000 pesos diarios hacer funcionar esas plantas de tratamiento, así que sólo se encienden cuando un inspector del gobierno o un representante de Levis o The Gap planea una visita.”
Pero la contaminación de las maquiladoras que todavía quedan en la ciudad y de las lavanderías relacionadas con ellas sigue sin disminuirse, dicen los activistas de la comunidad. Parte del agua azulada se descarga en un gran desagye al aire libre en las afueras de la ciudad y más adelante se recicla para regar tierras de cultivo río abajo en el pueblo de San Diego Chalma. “Todo sigue igual o incluso peor”, afirma Martín Barrios Hernández de la Comisión de Derechos Humanos y Laborales del Valle de Tehuacan. “Cuesta 15,000 pesos diarios hacer funcionar esas plantas de tratamiento, así que sólo se encienden cuando un inspector del gobierno o un representante de Levis o The Gap planea una visita. El gobierno de la ciudad no hace absolutamente nada para castigar a estas maquiladoras, y las lavanderías están destruyendo el ambiente y agotando el suministro de agua.”
Las afirmaciones de Barrios son confirmadas por un destacado médico de la ciudad. Rodolfo Celio Murillo es un pediatra especializado en el tratamiento de alergias, que creció en Tehuacán cuando era una ciudad de tamaño medio de 40,000 habitantes. En meses recientes, ha visto con sus propios ojos los reveladores charcos de agua azul que se acumula en las calles que él recorre cuando regresa a casa del trabajo. “Todas las lavanderías que todavía están aquí están arrojando [tintes y sustancias químicas]”, afirma Celio. “Parte del problema tiene que ver con la escasez de inspectores gubernamentales que vigilen la industria, parte tiene que ver con la corrupción.” El médico de 45 años considera que el agua contaminada es en parte la causante de la extraordinariamente alta incidencia de diarrea y algunas enfermedades de la piel entre los habitantes de la ciudad.
Los riesgos de salud son uno de los muchos problemas relacionados con el agua que enfrenta Francisca Rosas. El permanente éxodo de jóvenes, hombres y mujeres, como su hijo Florentino, del pueblo de San Marcos Tlacoyalco plantea preguntas inquietantes sobre el bienestar de sus nietos y la supervivencia de la cultura popoloca y el dialecto de Francisca. “Mi vida es un préstamo de Dios, y no sé qué me espera en el futuro”, admite. “Esa es mi preocupación como persona y como madre de familia. En ocasiones no tenemos agua para bañarnos, y eso trae consigo muchos problemas de salud. Me preocupa que a la larga no tengamos agua suficiente.”
Sus palabras son una advertencia que otras sociedades ignoran bajo su riesgo. Sin embargo, al mismo tiempo, los esfuerzos de Francisca por ayudar a conservar las limitadas existencias de agua en su pueblo natal ofrecen un ejemplo que los gobiernos deben emular si el mundo quiere prevenir una catástrofe de proporciones bíblicas. El presidente Vicente Fox subrayó la gravedad de muchos de los problemas vinculados con el recurso más indispensable de la humanidad al anunciar que México sería el anfitrión del cuarto Foro Mundial del Agua en marzo de 2006. “El agua es el gran tema del siglo xxi”, declaró Fox en una ceremonia celebrada en la residencia oficial de Los Pinos. “Es nuestro futuro común, [y] las sociedades y los gobiernos mundiales en conjunto deben emprender acciones decisivas que conserven y garanticen este tesoro natural.” Como señaló Fox correctamente, México no es el único país que enfrenta las difíciles decisiones que deben tomarse respecto a las políticas de manejo del agua. Más de una tercera parte de la población del mundo enfrenta escasez extrema de agua cotidianamente, y los expertos predicen que habrá escasez crónica en importantes zonas de Africa, India, el Medio Oriente y el oeste de Estados Unidos en la próxima década.
Como lo ilustran los relatos personales de los campesinos del valle de Tehuacán, hay mucho que aprender de los éxitos y fracasos que ha tenido México frente al problema más apremiante que enfrenta el planeta en el futuro previsible. “Nuestra meta es incrementar nuestros recursos acuíferos”, explica Armando Castillo Osorio, un campesino menudo de San Pedro Tetitlán quien con frecuencia invierte su tiempo en ayudar a dar mantenimiento a la galería filtrante que excavaron originalmente los antepasados del pueblo. “Tenemos muy poca, pero trabajamos con la esperanza de proporcionar más agua a nuestra gente. Todavía me siento orgulloso de ser oriundo de San Pedro y de que mi pueblo, nuestros antecesores, nos hayan heredado algo.”
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